jueves, 4 de agosto de 2011

CAZADOR. Capítulo III

El pretrailer

Brujas

Me despiertan unos rayos de luz solar que atraviesan perezosamente una enorme vidriera multicolor, que no se parece en nada a la triste ventana de mi habitación. Esta tampoco es mi cama. Demasiado blanda. Demasiado caliente. Mi polla está erecta, apuntando hacia algún lugar del infinito. Me giro para recordar quién ha sido la afortunada de la noche pasada. ¡Dios mío!. ¡Que gorda!. Primero ligar, luego beber, primero ligar, luego beber. Esa es una regla fundamental. De lo contrario puedes acabar en la cama con una de las modelos de Rubens...

Trato de levantarme, un poco aturdido por la resaca; me muevo despacio y sin hacer apenas ruido. La cama no quiere ser mi cómplice y se queja amargamente de mis sutiles movimientos. Ella balbucea algo en sueños. Una vez estoy de pie, desnudo junto a la cama, le echo otro vistazo. Ni cambiando la perspectiva mejora la cosa. ¿Cómo diablos he podido pasar la noche con una tía así? Un tipo como yo, debería seleccionar un poco más el ganado...

Aunque he estado con cientos de mujeres de distintas formas y colores, mis preferidas son las delgadas; con buenas tetas, culito respingón, guapas de cara, melena lisa, labios carnosos y coeficiente intelectual próximo al de una vaca. Primero miro fijamente sus ojos. Acto seguido les digo todo lo que desean oír. Y acabo alabando sus maravillosos labios mientras los beso. Después de invitarles a tres copas ya las tengo en un rincón, de rodillas y trabajándome la polla. Y otra más para la fantástica colección. Las mujeres son así de simples. Cuatro palabras y un poco de alcohol bastan para aliviar todos los complejos de inferioridad que arrastran desde la adolescencia.

Eso sí, nada de conversaciones que vayan más allá de lo que pudieras hablar con un párvulo. Eso ya no las impresiona; las marea. Y mareadas no sirven para lo que las necesito. Siempre he defendido que una buena felación requiere concentración...

Tengo muchas ganas de mear. Debo buscar el cuarto de baño, esa habitación mágica que siempre está ubicada al fondo de la casa, a mano derecha. Atravieso un salón comedor grande, todo de madera, con unos ventanales enormes que muestran unos árboles y una vegetación propios de la selva Amazonas. Hay un enorme gato negro echado junto a una chimenea con unas brasas que todavía emiten cierto calor. El gato levanta la cabeza, me mira, sonríe y vuelve a echarse. Como no me gustan esa clase de bichos, paso de acariciarle la cabeza.

Un olor dulzón, que impregnaba todo el ambiente, castiga mis fosas nasales. Es como si todo a mi alrededor estuviera hecho de caramelo de café con leche, de esos que se quedan pegados al paladar durante horas. Decididamente, juro por mi polla que nunca más voy a beber, ni antes ni después de ligar. Algún día puedo despertar en la casa de alguna demente...

Durante el trayecto, puedo apreciar que los muebles son de bonita madera tallada, con figuras que podríamos catalogar de étnicas, si es que eso significa algo. Hay un enorme espejo con un marco dorado en el comedor. Los cuadros que cuelgan de las paredes, todos ellos de mujeres, parecen vigilar cada uno de mis pasos. Hay un par de ellas que, aunque vestidas de época, tienen los ropajes ceñidos al cuerpo, mostrando toda su atractiva figura. Me da la sensación que aprecian la hermosura y el tamaño de mi polla. Mala suerte para ellas; yo no follo con cuadros.

Después de andar por un largo pasillo, en el que tengo que esquivar hasta tres escobas, llego al fondo de la casa y abro la puerta que encuentro a mano derecha; es el cuarto de baño. Limpio, muy limpio. Ventanita con magníficas vistas a la selva, un espejo del tamaño de la isla de Manhattan, y la bañera más grande que he visto en mi vida. Me llama la atención una colección de colonias y perfumes que hay en una gigantesca estantería...

Hago la meada más larga de la historia. Sacudo mi hermosa polla una vez he terminado de mear. Realmente tengo un miembro que debería estar en un museo. Después de dos sacudidas más para hacer caer las gotas más rebeldes, ¡¡mierda!! me quedo, literalmente hablando, con mi polla en la mano. Sin saber muy bien porqué, levanto el brazo hasta llevar mi aparato a la altura de mi incrédula mirada y así poder observar de cerca lo sucedido. Efectivamente, mi mano tiene y sostiene mi polla y los huevos pegados a ella, pero todo ello despegado de mi cuerpo. Miro hacia abajo y solo puedo observar mis rodillas. Me tiemblan las piernas, siento mucho calor, luego mucho frío, fuertes nauseas y pierdo el conocimiento.

Me despierta un suave aroma a comida unido a un terrible dolor de espalda. Mi culo no está mucho mejor. Al abrir los ojos, lo primero que veo es la sonrisa de mi última conquista; debo reconocer que vestida gana bastante; al menos oculta toda su celulitis. En ese mismo momento me doy cuenta que estoy fuertemente atado a una silla; sigo desnudo, desconcertado y además, asustado. Un instante después observo que no estamos solos. Una pelirroja increíble, que me había cepillado la semana pasada ¿cómo demonios se llamaba aquella zorra? y la morena que había estado chupándome la polla en la playa hace un mes nos acompañan, sentadas a ambos lados de la mesa. Las dos sonríen angelicalmente, cosa que no hace que me sienta mejor.

Intento reponerme, trago saliva y cuando voy a preguntarles cuatro cosas sobre aquella extraña situación, clavo mis ojos en la fuente plateada cubierta de comida que hay sobre la mesa. Reposando sobre una montaña de deliciosas verduras está mi polla... ¡¡asada!!

La pelirroja escultural se levanta, agarra un cuchillo gigantesco y un tenedor que parece un tridente robado a Neptuno y con una sonrisa me dice:

- Deberías estar contento. Hoy nos vamos a comer tu polla... las tres.

Y mientras clava el tridente y la corta en pedazos, un dolor insoportable desgarra mi alma, partiéndola en dos y llevándola al mismísimo centro del infierno...